En un lugar oscuro, de innumerables ocres, sin embargo. Alguien me pedía prisa y yo me sentía una tortuga. No quería salir de aquel pequeño espacio. Abrí, unos milímetros tan solo, la puerta. Efectivamente, lo vi. Pero no quise salir.
Remar por un camino de lagos. Aprenderse de memoria todo el recorrido, pues aquí las migas de pan se hunden entre verdes y, una vez más, ocres. Pero no sé con quién voy remando, en esas aguas de color extraño. Llegamos a una cascada, pero justo es la hora de volver.
Subir una montaña.