viernes, 20 de abril de 2012

En un subterráneo que al parecer, tan solo yo conocía. Tres visitantes; un extraño, dos conocidos, un rostro borroso, dos borrados. Aún así, ya fuese por lo que llevo dentro o por lo que me quedó de ellos, intenté advertirles del peligro. Eran túneles oscuros, encharcados por el agua que se filtraba tras la lluvia. Las vías por las que pasaba el tren aún podían verse. Más adelante se abría un foso de agua, era imposible ver lo que escondía, y justo encima se hallaban, en suspensión, los raíles del tren. Ellos esperaban en unas plataformas que colgaban a los lados, con el espacio justo para no caerse al agua, pero se abrían cada vez que pasaban los vagones. Yo lo sabía. Ellos no. Sonaba el motor del tren a lo lejos. Yo me empezaba a poner nerviosa. Ellos se sentían seguros allí arriba, el orgullo no les dejaba oír lo que les gritaba. Bajaros de ahí, os vais a caer. Pero puede que ni para eso hubieran decidido romper su silencio, ni escuchar que yo había roto el mío.

Esta mañana no pude saber lo que había sido de ellos. 

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