Habíamos quedado con papá en aquel lugar tan extraño, no sabíamos muy bien por qué. Quizás para ayudarle a llevar el material que tenía encargado en los almacenes. Sí, tenía una excusa para estar allí.
Fui la primera en llegar. Tras esperar un poco y ver que no llegaba nadie, decidí volar, como tantas otras veces en mis sueños, y comprobar si había alguien -a esas horas de la tarde- detrás de aquella ventana rota que tenía cartones en lugar de persianas. Tan solo por curiosidad, me decía. Fui hasta allí y una vez debajo, levanté el vuelo con torpeza; llevaba meses sin hacerlo, casi se me había olvidado. Conseguí elevarme despacio, moviéndome muy rápido, y cuando llegué a la altura de la ventana lo vi. Sí que había alguien. Y me vio sin que yo quisiera. Yo ya era pájaro y me posé en el tejado, en el que no sabía desde cuando, había un tragaluz. Intenté esconderme, metí la cabeza entre mis alas, pero ya era tarde. Qué torpe, me dije. Lo siento, ya me voy, salgo volando de aquí, ha sido un error. Pero para mí sorpresa, no había rastro de enfado. Más bien una sonrisa que no me esperaba a raíz de mi fortuita visita. Aún así intenté huir. No te vayas.
Y esperé en el suelo, y cuando él asomó la nariz desperté, mucho antes de que nuestros ojos se encontrasen.
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