jueves, 14 de agosto de 2014

Hoy iba a pasar, poco antes del ocaso,
donde una golondrina dejó un
tisuí sobre un trozo de papel.

martes, 20 de agosto de 2013



R. recorría la misma calle que yo por distinta acera. Caminaba envuelto en su abrigo, con un sombrero verde y las manos metidas en los bolsillos. Yo me adelantaba unas manzanas sin mirar atrás, pero con cuidado de no perderlo. Subía las escaleras corriendo, lo esperaba arriba conteniendo el aliento y cuando por fin llamaba, yo abría la puerta sin responder. Aún sin quitarse la ropa podía percibir el olor que emanaba de su cuerpo. Su olor era un oasis de sosiego.


La noche no quiere venir
para que tú no vengas
ni yo pueda ir.
F.G.L.


Pero R. las traía consigo. Las noches con historias de piratas, en las que una taza de té se quedaba fría mientras se alzaba Ítaca entre mis sábanas. Entonces se abría un pequeño habitáculo en el giro del mundo al que no alcanzaban las horas, en el que nada más importaba.

Tan solo a unas horas del amanecer, antes de marcharse, me dejaba un beso detrás de la puerta.
La noche se apagaba con el eco de sus pasos en la escalera.


domingo, 7 de julio de 2013

1 de 3

Caminaba por la avenida hacia la escuela que nunca fue. Bajaba la cuesta como si en sus piernas algún hueso estuviera a punto de quebrarse.  En mi espalda yo llevaba mis libros, en la suya se posaban mis ojos. El instante que tardaron en reconocerlo fue la tregua que me dio el miedo. 
De repente se dio la vuelta y el recuerdo desfigurado de su rostro me miró a los ojos. De su mirada colgaba un peso que le costaba arrastrar.
El monstruo de Frankenstein me hubiera resultado mucho menos terrorífico. 

miércoles, 26 de diciembre de 2012


- Te noto muy feliz, veo que tienes una luz distinta.
- Sí
- Es como si algo hubiese cambiado dentro de ti.
- Puede que así sea.
- ¿Tienes algo que decirme?
- Tu intuición es más aguda de lo que pensaba.
- ¿Y bien?
- Sigo sonriendo, ¿te basta?
- Es todo lo que quiero.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Sueño que tiene algo que decirme.
Pero como un guardián, el miedo a que sea doliente me despierta protegiéndome de oírlo.

martes, 2 de octubre de 2012

Volví a estar bajo aquel velo de princesa reprimido en el techo. Volvían a ser las tantas de la mañana y mi puerta estaba abierta. Oí sus pisadas entre la vigilia y el sueño. Me desperté de repente: estaba en el sofá. Corrí descalza a mirar por la mirilla de la puerta, pero el ruido ya se había hecho silencio.
No había pisadas sino oscuridad.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Soñé con un gorrión que sufría de inanición y trenes que sufrían de ausencia de destino. Todos los billetes tenían un rumbo desconocido, y nosotros (no sé quiénes) los cambiábamos una y otra vez entre el sofoco y los nervios. No reconocíamos el nombre de ningún lugar. 
Lo extraño es que no eran trenes de ida, sino de vuelta.
Salvé al pájaro en su último momento, dándole algodón de azúcar. Como aquella polilla se salvó en el último instante, justo antes de ahogarse. Espero que no se le aparecieran elefantes rosas...

viernes, 15 de junio de 2012

Entré allí, de nuevo, sin a penas conocer a nadie -aunque conocía muy bien a quien conocía. Se acabó el sarao y aquello resultó ser mucho más grande de lo que me había parecido la primera vez. Los perdí de vista, se apagaron las luces, me perdí en las escaleras. De repente oí una música sonar a lo lejos que inmediatamente reconocí. Intenté averiguar de dónde venía, y cuando por fin tenía una dirección, apareció alguien que no me esperaba. Yo no la conocía, aunque sabía quién era. Ella no sabía quien era yo -ni yo tampoco. Aunque fue simpática, no tuve más remedio que evitarla. No pude tomar la dirección de la música. Subí corriendo las inmensas escaleras y aparecí en un sitio que me resultó, con mayúsculas, familiar: era la casa de la abuela. 
Todo estaba en penumbra, a excepción de una luz blanca procedente de la cocina, que me invitó a pasar. Y allí estaba ella, susurrándose quién sabe qué cosas (nunca sé qué), con su mandil desgastado colgado del revés, con su camisa de flores de verano encima de su jersey de invierno. Allí estaba ella, cual científico en su laboratorio, cual poeta en su escritorio. Con el fregadero lleno de cacharros usados, el suelo pegajoso, lleno de migajas de dulzura. Los cristales de las ventanas estaban empañados: dejaban ver los garabatos que yo había hecho hace mucho tiempo (¿por qué no los habría limpiado?) Y ella estaba allí, amasando, con las manos llenas de barro, llenas de cariño. Esta vez hacía galletas. Y hacía tantas como tanto siempre hace de todo -de todo lo que nos gusta.
Ella siempre come poco, siempre dice estar llena casi antes de empezar. Se sienta la última, acaba la primera, se da media vuelta en la silla y nos observa. Y es que el dulce que más le gusta es vernos sonreír.
Aunque no era lo que buscaba, era lo mejor que podía haber encontrado.
La echo de menos.



domingo, 27 de mayo de 2012

Vi cómo de repente, un hombrecillo se me acercaba cauto, y casi en un susurro, me decía: se agotaron las veces en esta vida.
Aquí es donde quedamos, lugar clandestino. Como sabe Ende, todo se lo ha comido la Nada. Y tan solo quedan los sueños. Y esto es un hecho: Imagino más que veo, supongo más que compruebo, sueño más que vivo. Lo que ocurre es que siento igual que siento.

domingo, 29 de abril de 2012

Habíamos quedado con papá en aquel lugar tan extraño, no sabíamos muy bien por qué. Quizás para ayudarle a llevar el material que tenía encargado en los almacenes. Sí, tenía una excusa para estar allí.

Fui la primera en llegar. Tras esperar un poco y ver que no llegaba nadie, decidí volar, como tantas otras veces en mis sueños, y comprobar si había alguien -a esas horas de la tarde- detrás de aquella ventana rota que tenía cartones en lugar de persianas. Tan solo por curiosidad, me decía. Fui hasta allí y una vez debajo, levanté el vuelo con torpeza; llevaba meses sin hacerlo, casi se me había olvidado. Conseguí elevarme despacio, moviéndome muy rápido, y cuando llegué a la altura de la ventana lo vi. Sí que había alguien. Y me vio sin que yo quisiera. Yo ya era pájaro y me posé en el tejado, en el que no sabía desde cuando, había un tragaluz. Intenté esconderme, metí la cabeza entre mis alas, pero ya era tarde. Qué torpe, me dije. Lo siento, ya me voy, salgo volando de aquí, ha sido un error. Pero para mí sorpresa, no había rastro de enfado. Más bien una sonrisa que no me esperaba a raíz de mi fortuita visita. Aún así intenté huir. No te vayas.

Y esperé en el suelo, y cuando él asomó la nariz desperté, mucho antes de que nuestros ojos se encontrasen.

viernes, 20 de abril de 2012

En un subterráneo que al parecer, tan solo yo conocía. Tres visitantes; un extraño, dos conocidos, un rostro borroso, dos borrados. Aún así, ya fuese por lo que llevo dentro o por lo que me quedó de ellos, intenté advertirles del peligro. Eran túneles oscuros, encharcados por el agua que se filtraba tras la lluvia. Las vías por las que pasaba el tren aún podían verse. Más adelante se abría un foso de agua, era imposible ver lo que escondía, y justo encima se hallaban, en suspensión, los raíles del tren. Ellos esperaban en unas plataformas que colgaban a los lados, con el espacio justo para no caerse al agua, pero se abrían cada vez que pasaban los vagones. Yo lo sabía. Ellos no. Sonaba el motor del tren a lo lejos. Yo me empezaba a poner nerviosa. Ellos se sentían seguros allí arriba, el orgullo no les dejaba oír lo que les gritaba. Bajaros de ahí, os vais a caer. Pero puede que ni para eso hubieran decidido romper su silencio, ni escuchar que yo había roto el mío.

Esta mañana no pude saber lo que había sido de ellos. 

viernes, 6 de abril de 2012

Hace mucho que no sueño nada que me dé tiempo a recordar. 
Será quizás porque últimamente los sueños los tengo despierta.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Iba montada en un coche bastante viejo con no recuerdo bien quién. El conductor podría ser Dani, pero no estoy segura. Yo tenía prisa en llegar. Parecía que hubiésemos salido de un lugar de sueños, ficticio, de videojuego. El camino serpenteaba; era un carril de tierra que sorteaba los olivos. Más rápido. Y fuimos tan rápido que, en una curva, el coche se salió del camino. Había un desnivel de unos cuatro metros y caímos hacia abajo. En los primeros metros pareció que fuésemos a tener suerte, pues el coche se mantuvo en pié, pero en el impacto de las ruedas delanteras con el suelo, volcamos hacia delante. Yo y mi acompañante salimos corriendo del coche en busca de Dani, que estaba inconsciente en el suelo. Por suerte, tras unos instantes recuperó el conocimiento.
Pero ¿qué íbamos a hacer ahora, perdidos en mitad de dos lugares, ni en uno ni en otro?

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Laberinto de escaleras imposibles, de techo sin fondo y de paredes grises. Tan solo la angustia de subir corriendo, persiguiendo algo que escapaba por el hueco, hacia arriba. No te vayas. Yo subía hacia el desván, donde se guardan los objetos antiguos, de los que decidimos prescindir. Aquellos que ya se rompieron, o están viejos. Pero hay algo, siempre hay algo, que nos hace guardarlos. Tal vez tener la certeza de sacarlos de nuevo algún día.
Pero aquello no estaba guardado aún, ni quería estarlo. Sino que se me escapaba por la escalera como el globo se le escapa a un niño en la feria. Y yo esta vez, en lugar de quedarme tan solo mirando, cavilaba si sería capaz de alcanzarlo antes de que éste llegase al tragaluz y fuese demasiado tarde. Y sin saber por qué, siempre había algo que me empujaba hacia arriba y en mi interior, el deseo de que el tragaluz estuviese cada vez más y más lejos. Hasta perderse de mi vista. 
Esto no quiere estar en ningún baúl de recuerdos, esto quiere vivir conmigo.