Soñé con un parque lleno de hojas de otoño. Un paseo con nubes que pintaban el sueño de blanco. Yo iba en ruedas hasta el último banco. Estaba desierto, absolutamente desierto, como si todo estuviese aguantando la respiración para el momento. Entonces vi a alguien vestido de azul. Estaba abajo del todo, también sobre ruedas. Solo. Yo temblaba de pánico pero es curioso que a la vez, me preguntaba: ¿por qué de azul?
Él subía y yo bajaba y temiendo recibir en el cruce un par de gritos o de balas en forma de palabra, cerré los ojos y me encogí como quien espera un golpe. Pero no sucedió. Tan solo pasó de largo y en cambio fueron sus ojos los que me hicieron daño. Fueron hielo congelándome las entrañas. Niebla, frío, incurable, irreparable... perdido.
Los gatos suplicándome un rayo de luz para sus pupilas, para poner en marcha el adaptómetro. El perro de Patricia que manchó de barro el coche e hizo que mamá enfadara. El parque repleto -de repente- de vida. Después lleno de lluvia. La historia que escribió la abuela la vendían en la tienda de chucherías que hace tiempo cerró. Mi angustia por no poder haberla leído.
El individuo de azul. Que por qué azul.
Yo escapé por las escaleras del lugar en el que rieron las paredes, persiguiendo y siendo perseguida, lamentando ser fugitiva.
Y de repente sueño que sabes lo que estoy soñando y en mi sueño preguntas: ¿qué significa esto? ¿qué has soñado? ¿por qué lo has soñado? Y yo me escondo y huyo de responder y me irrito porque en mi subconsciente has entrado.
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